11 de diciembre de 2008

La vida es demasiado corta

La vida es demasiado corta, se dijo mientras miraba de reojo por la ventana. Repasó en su mente las cosas que había dejado pendientes en la oficina. Le faltaba enviar el memo a proveeduría para autorizar la compra de la nueva impresora. Había olvidado responder el mail en el que el supervisor del área le preguntaba si podían hacer un descuento especial por volumen a la compañía de seguros, y tenía una reunión a las cuatro de la tarde a la que no iba a llegar. Se acordó de no haber regado las plantas del departamento, ni sacado la basura la noche anterior como le pidió su mujer. Sí le había dado a Susan su beso de las buenas noches, pero no había tenido tiempo de despedirse de ella esa mañana. Un día su hermosa hija se convertiría en doctora o arquitecta, y él no iba a estar allí para verla. Nunca podría terminar el proyecto en el que estaba trabajando hace tanto tiempo. No vería la casa que estaba construyendo con las ganancias de las utilidades de la compañía. No iba a poder visitar a sus parientes europeos, a pesar de haber sacado los pasajes casi con cinco meses de anticipación. El boleto estaría desperdiciado. Con esperanza pensó que tal vez su esposa decidiera hacer el viaje con alguna amiga, o con Susan, aunque sabía que eso no iba a suceder. Recordó que no había hecho por escrito la sucesión de las acciones de su empresa. Una cosa más por la que estaba arrepentido. También lo estaba de no tener en que creer. Le hubiera gustado en ese momento elevar una plegaria, pero hacía rato que había dejado de pensar en que Dios estaba arriba pendiente de todo. A su lado los hombres iban y venían nerviosos, pero desde hacía un rato, habían dejado de gritar y amenazarlos. Todos los pasajeros estaban quietos y algunos mantenían la vista en la ventana, como él, esperando que todo termine. Se miró las manos. Nunca había aprendido a tocar la guitarra como quería su madre. Una pena. Le hubiera gustado. La señora a su lado sollozó muy suavemente. La tomó del brazo. Le recordó un poco a su mamá a los sesenta, luego de la muerte de su padre, cuando se escondía en los rincones tratando de que él no la escuchara llorar. La señora lo miró agradecida. Un poco de consuelo era lo que necesitaba. En sus anteojos vio reflejado su rostro y le pareció que había envejecido como treinta años en treinta minutos. Algunos en la parte de atrás intentaban hablar por teléfono sin lograrlo. Sacó una libreta del bolsillo y trató de escribir algo. Le salieron unos garabatos, como los que hacía cuando estaba en primer grado, hasta que la maestra gordita de ojos claros le enseño una por una las letras. Guardó la libreta. Una azafata gritaba en el fondo. Las cortinas de primera clase estaban cerradas. Como un flash recordó la bicicleta roja y la sonrisa radiante de Susan cuando la encontró junto al árbol esa navidad. Iba a extrañar los cuentos que le leía cada noche. Lamentó haberle dicho a su mujer que prefería esperar un poco más para tener otro hijo. Tengo tantas cosas pendientes, pensó, mientras el Boing 767 en el que viajaba, se estrellaba contra la torre norte del World Trade Center en Manhattan a la altura del piso 96.

Yo estaba actualizando el sitio web de Gimnasia y Esgrima de la Plata cuando Luís entró en el estudio y asomando su cabeza por la puerta dijo algo así como, ¿Vieron que se estrelló una avioneta en el World Trade Center?. Diego siguió concentrado en la pantalla. Yo no pude evitar darme vuelta y mirarlo desconcertada. Él, contento de traer la novedad, siguió hacia su oficina, mientras yo perpleja empecé a tratar de entrar a Internet para ver si encontraba un poco más de información. Ninguna página funcionaba. Pensé esperar un rato, seguir con lo mío, y volver a intentar. Antes, le di un sorbo al café que tenía al lado del teclado y que ya estaba bastante frío. De repente, Luis, volviendo me miró y dijo, no, no es una avioneta, es un 767. Ahora si Diego dejó de mirar el monitor y se dio vuelta. Naaaaa… Si, si, en serio, me llamó Chelo y me dijo que lo están pasando por la tele. Sin pensarlo mucho, le dije a Diego que me iba para casa y le pregunté si podía usar el auto. Me dijo que si, que el de última se iba caminando para la suya, pero que se quedaría un rato más. No me pareció rara, la verdad, su indiferencia. A él le son indiferentes muchas cosas. Llegué a casa, dejé el auto subido a la vereda, abrí la reja y la puerta de entrada lo más rápido que pude y corrí al televisor. Mis viejos estaban parados, mirando sorprendidos el momento exacto en que un segundo avión, en vivo y en directo, a los ojos de miles de millones de personas, chocaba esta vez, contra la torre sur del World Trade Center. No podía entender lo que veía. La gente saltaba desde los edificios, los bomberos corrían desesperados. Todo me parecía increíble. La guerra de los mundos, pensé. Durante una hora no nos movimos para nada de frente al televisor. Ninguno de los tres emitió sonido alguno. La torre sur se derrumbó y con ella se me escapó una lágrima. Mi viejo dijo muy, muy serio, me voy a la oficina, lo sigo viendo allá. Mi mamá se hundió un poco más en el sillón en el que ahora estaba sentada. A mi me dio más pena aún. Toda esa gente, muriendo ante mis ojos. Personas sin futuro, cuyos planes no iban a realizarse. Pensé que no lo merecían. En la TV ya se hablaba de terrorismo, de asesinato en masa, de encontrar a los culpables. Me acordé que no hacía mucho, yo había caminado por esa misma vereda donde ahora cubiertos por el polvo trabajaban algunos bomberos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Todo puede suceder, y hay tantas cosas que tenemos pendientes, tantas cosas que no vamos a hacer. No podía dejar de pensar en esas personas que en un lapso de media hora, habían dejado de existir. Me costaba seguir viendo, pero pensé que era algo que no tenía que olvidar, una parte de la historia del mundo estaba pasando ante mis ojos. Todavía no le había perdonado a mi vieja el no haberme obligado a mirar el sepelio de Lennon allá en el ochenta. Recordé que no hace mucho había visto también por televisión y desde Estados Unidos, como sacaban gente de los escombros de la embajada de Israel en Buenos Aires, y el haber tenido la misma sensación de que las cosas le pasan a los otros. Otro ataque terrorista y yo siempre viéndolo por televisión. La torre norte desapareció en una última y gigantesca nube de polvo que terminó de enterrar toda la tragedia de ese día. La gran manzana quedó cubierta de tierra y escombros, y marcada por un montón de hierros retorcidos. Cansada, y sin soportar más, le dije a mi mamá que me volvía a la oficina. Esperá, ¿No me traés cigarrillos antes?, me dijo, y aunque nunca me gustó que fumara, pensé que ese era el momento perfecto para no decirle nada y comprarle el tan necesitado tabaco. Agarré los 5 pesos que me dio, me puse la campera y salí, caminando despacio al kiosco de la vuelta. José me vio llegar y en seguida agarró una cajita de Victoria Slims, de los que fuma mi vieja. Saqué los 5 pesos del bolsillo, sin darme cuenta del flaquito que había entrado atrás mío a la pequeña despensa. Dame toda la guita, dijo no se bien si a José o a mi. Tengo 5 pesos, nada más, le contesté tratando de sonreír y parecer tranquila. No te alteres pibe, no tengo mucho en la caja, es temprano. Me pareció oír decir a José. El chico me miró y me apuntó con el revolver. Me debo haber movido porque se asustó y escuché el ruido seco del disparo. Sentí un calor intenso a la altura del corazón y mientras caía sobre el piso de baldosas pensé en todo lo que me faltaba por hacer y me dije, la vida es demasiado corta.

10 de abril de 2008

Salvo la luna

La muerte me espera cruzando la calle,
la vida me sigue donde quiera que voy.
Las mariposas se aplastan contra
los parabrisas
mientras los hombres se amontonan
en los grandes almacenes.
Y la luna nos mira burlona,
disfrutando.
Los picaportes se mueven sin cesar
a pesar de que todos estamos
encerrados.
Se escapan las palomas al pasar
los viejos caminando
a su lado.
Y mientras gotean sangre los santos
en la iglesia,
los perros se pelean por los rastrojos,
y la luna en el cielo
festeja y se ríe.
Nos hacemos pedazos
perseguidos, cazados,
hormigas domesticando pulgones
que se escapan y vuelven a caer
en las manos de los que los abrazan
y los confunden.
No se encuentran salidas y
cerraron todas las entradas,
nos perdimos todos para siempre
salvo la luna, que nos mira
y se burla.
y que llora…

(17/03/1995)


¿Vivir?

Cráteres de concreto
cartones abandonados
pedazos de corazones
desparramados.
Caricias confundidas
con sólidas bofetadas
confusiones de palabras
desperdiciadas.
Maderas que son cortadas
con serruchos de mentiras
demasiado estructuradas
para ser verdad.
Portazos descontrolados
empujones espaciados
montañas de desacuerdos
si solucionar
caminos pavimentados
de mil buenas intenciones
pensamientos egoístas
con disfraz…

y ni una mano
a la que aferrarse
ni un barrilete
con que volar…

(17-04-1996)

17 de diciembre de 2007

Cinco Paradas

Una nueva tarea. Nat respiró profundo y se lanzó a la aventura una vez más. Le gustaba, mientras caminaba, pensar en que le habían encomendado una misión especial a lo cero cero siete. Era un asunto de vida o muerte. El objetivo de hoy, escoltar a la princesa a la base, evitando incidentes, secuestros o accidentes. Cada paso la acercaba cada vez más al peligro y la emoción del trabajo encomendado. Al mejor estilo Brigada A, estaba atenta a que en cada paso nadie la siguiera, a no equivocar el camino y por sobre todo, llegar a tiempo, a la hora señalada para evitar inconvenientes. Dobló en la esquina mirando el reloj y apuró la marcha, ya iban a abrir las puertas. Llegó a la entrada del jardín de infantes y se coló entre la pila de madres, padres y asistentes de transportes escolares que esperaban para entrar. Se paró tímida, delante de todo. Los chicos empezaron a salir de a uno, mirando desconfiados. Cada tanto la señorita encontraba una cara conocida entre la gente y llamaba con firmeza al nene rezagado, que todavía jugaba en las hamacas, para que salga de una vez. Seguramente las maestras también estaban un poco hartas de tanto chico y griterío y querían despacharlos rapidito. Vio como Stef corría hacia la puerta y la vio también detenerse, mirando hacia afuera. Le pareció que tenía la mirada demasiado alta. Claro, estaba buscando a su madre, esperando el resplandor de su sonrisa y obviamente, no lo encontraba. Nat dio un paso adelante, y se colocó más cerca de la entrada. Entonces, casi cuando estaba dándose por vencida y retrocediendo para que salga uno de sus compañeros, Stef, la vio. Una diminuta sonrisa con mezcla de sorpresa se dibujó en su cara. Nat, pensó, si, hoy vine yo… Le hizo señas con la mano y entonces Stef miró a la maestra, señaló a Nat y la señorita le puso un papelito con un alfiler de gancho en el corbatín y la dejó pasar. Salió rápida y confiada, corriendo a los brazos de su hermana. Qué bueno que viniste, dijo en su mente, que bueno. Se dieron la mano y comenzaron a caminar hacia la esquina. Stef todavía no dominaba del todo el lenguaje y a veces le costaba un poco entender, por lo que Nat le hablaba claramente, para que no se perdiera de nada. Que bueno no? Hoy de nuevo tengo tiempo para mostrarte cosas. Mientras caminaban, Nat le contó en colores como se formaba el arco iris, como el amarillo y el azul eran los mejores tonos y de paso, reforzó el concepto de que sí o sí, hay que ser hincha de Boca. Le dijo porqué el árbol de la esquina ahora no tenia hojas, le enseñó que es el Otoño y de còmo se estaban haciendo esfuerzos para que no desaparecieran las selvas en la Amazonía. Ahí tuvo que hacer una pausa y profundizar un poco más, porque Stef no sabía qué era el Amazonas, y tuvo que explicarle que era un río grande grande, más grande que el de la Plata, que es el mas ancho del mundo, le contó de una selva, como en la que vivía Tarzán, cerca del Amazonas, que había empresas que cortaban los árboles sin permiso y hasta un poco de lo que era una organización llamada Green Peace. La pequeña se esforzaba por asimilar todo y miraba a su hermana con ojos grandes, admirada y agradecida. Caminaron rapidito. Llegaron a la parada del 161 y esperaron un ratito. Nat compró unos babydolls (de los de Lelithier) y dejó que Stef se comiera el rojo. Por esta vez, ella se conformó con el amarillo. Un poco desilusionadas vieron venir el colectivo. Va a ser un viaje corto, no te preocupes, son solo 5 paradas. Stef miró con cara de circunstancia. Es un montón!. Al subir, Nat dejó que su hermanita sacara el boleto y el chofer les guiñó un ojo mientras pasaban a su lado. Se sentaron, como siempre, en un asiento de uno, Nat con Stef a upa, para ver por la ventana. Enseguida comenzó el juego que siempre jugaban, Stef preguntaba y Nat respondía lo mejor que podía.
Parada Uno, San Martín y Panamericana, del otro lado.
Stef aprendió cual era el nombre de la calle por la que iban y porque la CocaCola era la mejor bebida del mundo, mucho mejor que la Fanta naranja.Parada Dos, San Martín y Panamericana, frente a la comisaría.
Ojo con la policía, están para cuidarte, pero no te confíes demasiado. Salvo que sean buenos y lindos como los de Chips. La sirenita es una buena película, aunque ya vas a ver que es mucho mejor Volver al futuro, esa que vimos en el cine en Miramar el año pasado, te acordás? Parada Tres, San Martín y Bernardo de Irigoyen.
Hay dos calles Irigoyen, Bernardo e Hipólito, y no tienen nada que ver. Las mejores canciones del mundo son las de Sting. Si, también la del perro salchicha de Maria Elena Walsh.
Parada Tres: San Martín y Mitre. Del lado de acá.
Para entonces, Stef ya sabía cual era la diferencia entre La guerra de las galaxias y Viaje a las estrellas, y que Harrison Ford era hasta entonces el hombre mas lindo del planeta (bueno, con la excepción de Paul Newman, aunque mamá decía que ya estaba viejito). Parada Cuatro: San Martín y Mitre, cruzando. Frente al edificio marrón.
Falta poco para casa. Ya estamos por llegar. Querés comerte el verde? Bueno, está bien, tomá el naranja, el verde se lo guardamos a Giulli.Por momentos, no hablaban y se miraban felices. Nat con ternura tenía ganas de abrazarla, su hermana menor, su todo. Stef, sonriente, orgullosa de su hermana mayor, disfrutaba cada momento, aprendiendo, compartiendo. Las dos, una grande, otra chiquita, a lo lejos eran parecidas, dos etapas de una misma vida, dos paralelas idénticas, salidas del mismo lugar. Ambas imaginaban destinos parecidos. Y seguían pensando juntas, en juegos, en películas, en parques, en playas, en estrellas. Hasta que llegaban a la última parada.
San Martín y Dean Funes. La calle de casa.
Allí se terminaba el paseo, las cinco paradas eternas y mágicas, que les permitían compartir todo y estar más juntas que nunca gracias a que ese día mamá estaba ocupada en otra cosa.

25 de octubre de 2007

Una vuelta más



“If you build it, they will come...”
Field of dreams – 1989

Si Don Gregorio hubiera visto “El campo de los sueños” hubiese entendido enseguida lo que estaba pasando. Era el caluroso verano de 1989. El sol no dejaba de brillar. El cemento hervía y la ciudad pedía a gritos un poco de lluvia que no llegaba. Don Gregorio se despertó esa mañana como siempre, muy muy temprano. Con la calma que solo los viejos tienen, puso a hervir un poco de agua en la garrafa amarilla. Por la ventana, el sol ya estaba invadiendo indiscretamente todo con sus rayos. Don Gregorio tiró en el agua dos cucharadas de yerba con palo, de la barata que vendían suelta en el almacén, y agarró el jarrito enlozado para servirse el matecocido. Escuchó un ruido, o algo que venía de afuera, del campito. Raro, pensó, ruido a esta hora…Se asomó por la puerta de chapa de la casita humildísima donde vivía y desde lejos le echó un ojo a la calesita. Nada, seguía ahí abajo de la lona gigante, raída y descolorida. Por un momento vio el carrusel funcionando, girando sin parar lleno de sonrisas y risas, pero la imagen fue tan fugaz que casi ni se dio cuenta y después de parpadear una vez, la lona seguía ahí, triste y lejana. Se tomó el matecocido muy despacio. El sol ya estaba alto y la mañana pintaba calurosa e insoportable. Don Gregorio no podía dejar de pensar en la calesita. Hacia rato que la tenía olvidada, casi ni se acordaba que estaba allí. Saco un banquito reciclado que tenía y se sentó en la puerta de la casilla de guardián donde se había instalado hace tiempo. Miró, miró y miró la lona. Seguía escuchando ruidos raros. Después de un rato largo, de que pasaran más de cuatro trenes por la estación, de que el 161 hiciera como dos recorridos y de que la señora de enfrente volviera de hacer las compras, Don Gregorio se decidió y le sacó la cobertura. La calesita quedó al descubierto. Estaba viejita la pobre, pero de a poco parecía rejuvenecer. Don Gregorio con un trapo más sucio que limpio, empezó a sacarle el polvo a los animales. Los caballos relinchaban cuando los acariciaba, la foca festejaba, los cisnes estiraban las alas, el avión de la primera guerra brillaba y brillaba cada vez más y los autos hacían rugir sus motores. Don Gregorio no lo podía creer. Hacia años que nada tenía vida. No era como antes cuando todos los días se llenaba de chicos que después del colegio iban al parquecito con sus mamás y daban vueltas en la calesita. Hacia rato los nenes tenían otras cosas que hacer, el viejo lo sabía, pero a pesar de que creía que estaba perdiendo el tiempo no podía parar. Siguió preparando todo, prendió el generador a nafta que le habían regalado los vecinos hace mucho, cuando no le alcanzaba para pagar la luz. Cuando los chicos del barrio que habían crecido dando vueltas sobre los animales y le tenían cariño, se dieron cuenta de que necesitaba ayuda, ya adultos, decidieron devolverle un poco de la alegría que él les había ofrecido. La calesita empezó a girar despacio al principio, al ritmo de la musiquita de los veinte, de esas canciones viejas viejas que todos sabemos que los chicos no escuchan mientras dan la vuelta, porque el mundo en el carrusel es mágico y cada uno oye lo que quiere oír. Casi todo estaba listo, faltaba una sola cosa. Entró a su casa, con paso veloz, ese veloz que a cualquiera de menos de 30 le haría perder la paciencia, y salio con algo en la mano. Empezó a lustrar la pera de madera, le acomodó la sortija y se puso las fichas en el bolsillo. Sin querer practicó el movimiento de muñeca a la pasada de la vuelta, imaginándose las pequeñas manos estiradas tratando de agarrar la sortija para tener un paseo gratis. Solo, mirando la calesita sonrió y se le escapó una carcajada. Se vió a si mismo, tonto, absurdo. Hacerle caso a esa voz que le hablaba desde lejos. Se sentó un rato más en el banquito para descansar las rodillas. Ya era pasado el medio día. Es suficiente se dijo, y lentamente se preparó para apagar el generador. De golpe, y ahora si estaba seguro que no era su imaginación, desde la esquina, aparecieron unos chicos que corriendo se acercaron al alambrado. Detrás de ellos las madres apuraban el paso. Llegaban de todos lados: chicos grandes y chicos chicos, nenitos con hermanas, hermanos con niñitas, madres, tías y una que otra abuela simpaticona. Don Gregorio no lo podía creer y regalaba fichas a lo loco, a cuanto nene se acercaba, sin cansarse de hacer jueguitos con la sortija. La calesita estaba llena, como antes y los animales cobraban vida con cada risa infantil. Una señora gorda se acercó al viejo con cara de buena. Que suerte que todavía funciona la calesita. El anciano la miró confundido y en sus ojos ella debe haber adivinado la sorpresa. Son los cortes de luz, vio? Hace unos días que los chicos no tienen nada que hacer a la siesta… El viejo miró con ternura el generador que escupía humo suavemente en un rinconcito del terreno. La calesita dio vueltas y vueltas sin parar y al disco de pasta del tocadiscos hubo que cambiarlo de lado varias veces. Esa noche, Don Gregorio se acostó temprano casi de día, cansado y feliz, pensando en que tenía que comprar más combustible a primera hora de mañana y que al caballo pinto había que arreglarle la montura. Cuando a las 8 en punto volvió la luz y se prendieron todos los televisores de la ciudad, los ojos de grandes y chicos se abrieron enormes para ver la terrible toma de la Tablada y escuchar a Alfonsín, una vez más, defender la democracia con sus palabras calmadas que poco iban a durar y que pocos iban a creer. Crisis energética, muchas mentiras, falsas promesa, militares, terroristas, elecciones… Y la calesita de Don Gregorio dando vueltas en el campito de la estación.

19 de octubre de 2007

Vos...

Un paseo en bicicleta, la sopa de capelettis, todos los almuerzos del secundario, un partido Argentina Italia en 1990 con todos los amigos del cole, los caramelos negros en cajita de plástico que nunca supe de que eran. El cuadernito con las instrucciones para hacer andar la video casetera, los huevos fritos en manteca, el prosciutto, el vasito con fernet, la cacquita y el cuento de la buena pipa. El pañuelo para limpiarme las orejas, la silla de tiritas del jardín, el honguito con luz, las mil diferentes formas de podar la ligustrina. El cuartito del fondo, las herramientas, el tablero hiperordenado. La sirena de Gareff, los fititos, las camisas Pampero, la hamaca hecha con la cubierta, y la otra de madera. Las fotos abajo del vidrio de la cómoda, las boinas y gorras, el olor característico de la ropa. El ropero gigante del cuarto, las fotos de la pesca, los viajes de pesca, las rabietas. Las caricias toscas, las miradas dulces, los ojos claros. Las manos grandes, iguales a las mias, el amor por la nonna, mi apellido. Todo, todo, todo, sos vos.

12 de septiembre de 2007

La guerra en el fin del mundo



Mientras el Hércules aterrizaba con esfuerzo, el cabo Suárez, abría las puertas del galpón y preparaba el espacio para descargar el cargamento que el avión transportaba. Este seguramente era el último de los embarques que llegaría después del bloqueo aéreo que los ingleses habían establecido en casi toda la extensión del Mar Argentino. En Río Gallegos hacia frío y el viento helado le calaba los huesos mientras se apoyaba en la pesada puerta de lata del hangar. A su espalda se amontonaban cajas y cajas provenientes de todo el país. No sabía que había adentro de los cartones, ni tenia ordenes de moverlas, solo las estibaba en el lugar y anotaba las cantidades en una planillita amarilla por la humedad. Cada vez eran más las cajas. A lo lejos, desde la escuela numero 5, la más cercana al cuartel, llegaban unas voces finitas que entonaban temblorosas…tras un manto de neblina... El cabo pensaba en un mate cocido calentito y una torta frita como las que le preparaba su vieja allá en Corrientes. Se moría de ganas de respirar el vapor caliente de su tierra roja. El cielo, que de a poco se ponía violeta mientras se ocultaba en las montañas, le hacia un poco mas placentera la espera. Los motores del avión se apagaron y cinco cadetes corrieron hasta el lugar con el carrito para empezar a bajar el cargamento. Suarez se acerco también para ayudar. Las cajas eran livianas y chiquitas, amontonadas. Algunas estaban abolladas, otras no… Terminaron de acomodarlas y el Hércules dio la vuelta en la pista y se preparó a despegar. Los gendarmes del batallón 54 ya estaban listos. Eran unos cincuenta hombres. Saludaron a los cadetes y subieron al Hércules por la parte de atrás. Allá van, pensó Suarez, allá van... Se imaginaba las islas, más frías que Río Gallegos, más áridas, más tristes. Llenas de humo y muerte. Muy adentro esperaba que la guerra termine pronto o que las cajas no pararan nunca de llegar para no tener que abandonar el puesto. Muy por encima tenia ganas de estar él en el avión y contribuir de otra forma en esa lucha incomprensible. Pensaba a cada rato en los soldados que quedaron en Viedma varados por el bloqueo y que no iban a llegar a tiempo. No sabía bien, si estaban ganando o perdiendo las batallas. Estaba confundido. Los compañeros que venían heridos de las islas le hablaban de combates fallidos, de muertes, de barcos hundidos, de helicópteros derribados. De los ingleses incansables, del frío, de la helada, de la niebla, de los pobladores de las islas. La televisión, con el único canal que se veía por allá, repetidora de canal 7 de Buenos Aires, hablaba de victoria, de recuperación, de las Malvinas Argentinas, de frases como “si quieren venir que vengan”, de patriotismo y de orgullo nacional. Mientras tanto, él seguía amontonando cajas en el fondo del hangar, silbando bajito la marcha de San Lorenzo.
En las costas de las islas, cada tanto, aparecía flotando algo interesante. Georgi, caminaba a la mañana temprano un buen trecho para llegar a la escuela y encontraba pequeños tesoros que las aguas le traían. A sus 12 años todo lo maravillaba. Tenía una colección de botellas japonesas que de seguro los pescadores arrojaban al mar y las heladas aguas traían a la orilla. Siempre había pensado que no era mala idea poner mensajes en ellas y devolverlas para que lleguen al continente y ver si alguien contestaba, pero sabía que allá enfrente no hablaban inglés como él y no estaba muy convencido de querer aprender castellano. Unos días atrás las clases se habían suspendido y ya no lo dejaban pasear por la orilla del mar. Hacía mucho frío, como siempre, había mucha niebla y él no podía salir. A lo lejos escuchaba los aviones que zumbaban volando sobre los techos aislados de la granja. De noche, se oían disparos perdidos en la distancia. Su papá le explicó que estaban en guerra ahí afuera, una guerra sin nombre. Que el lugar donde vivían estaba muy, muy lejos de Inglaterra y muy cerquita de otro país y que los señores del continente querían sus tierras de vuelta. Georgi nunca entendió bien que pasaba con las islas, su hogar. A la mañana siguiente, mientras su mamá estaba distraída cocinando avena, se escurrió por la puerta de atrás de la casa y corrió hasta la colina. Hacia frío y el sol estaba alto y amarillo en el cielo celeste cruzado apenas por unas nubes blancas, demasiado blancas. Muy lejos vio humo y un resplandor como de disparos. No entendió bien que pasaba hasta que escucho el ruido de las armas y se dio cuenta desde donde y hacia donde iban los tiros. Asustado, salió corriendo de nuevo a su casa. Se quedó sentado apoyando la espalda en la pared de la cocina, mirando a su madre terminar de preparar el desayuno, respirando rapidito sin poder pensar. Pasó todo el día tratando de asimilar lo que había visto. Aparecían en su cabeza flashes con la imagen de un grupo de soldados que corrían para evitar las balas. Chiquititos, muy a lo lejos, esos soldaditos que se movían desordenados parecían de juguete. Cada vez que cerraba los ojos los veía. En la televisión de la cocina, cenando con sus padres, miraron un poquito un canal Argentino. No entendía lo que decían, pero le gustó el nombre de la conductora, Pinky, le daba risa. Ella, con un micrófono en la mano, hablaba y hablaba mientras un número se incrementaba en la pantalla. Están haciendo una colecta, dijo su papá, que algo de español entendía e inmediatamente apagó la tele y siguieron comiendo el guiso con carne de cordero que, como estaba calentito y rico lo hizo olvidarse un poco de todo. No tardó en acordarse, y esa noche por más que intentó e intentó, no pudo dormir. Prendió el velador y agarro el libro que tenía en la mesa de luz, Los tigres de Monprasen. Estaba tratando de terminarlo hace rato, pero nunca llegaba al final. De repente, escuchó un ruido intenso afuera de la ventana. Era casi seguro un avión. Se asomó y allá lejos, cerca de la costa, volando a ras del agua, vió a la aeronave. Un avión redondo y grandote que acariciaba las olas apenas sin tocarlas recortado en el cielo de la media noche. Quedó maravillado con esta imagen y sin pensarlo mucho volvió a la cama y siguió leyendo. Sandokán estaba en plena lucha sobre la cubierta del barco con los soldados ingleses liderados por James Brook, quienes lo habían acorralado en la bahía intentando vencerlo, mientras Yañez trataba rescatar a Tremal-Naik aprisionado injustamente por el actual gobernante del imperio británico en la India. Pensando en batallas, triunfos e injusticias, al fin se quedo dormido.
Después de cuatro horas de vuelo el Hércules aterrizó en La Gran Malvina. Venía de volar con las luces totalmente apagadas y a ras del agua gracias al coraje casi inaudito de los pilotos. Todos tenían fe en no haber sido detectados. El cabo Suárez estaba en el fondo del avión, agazapado, abrazado al rifle, nervioso, temblando. A su lado se amontonaban las cajas que él mismo había acomodado para llevar a la isla. Los gendarmes que venían con él, se bajaron alejándose rápidamente del avión. Una ráfaga de disparos calló sobre ellos. Habían sido descubiertos. El fuego se hacia cada vez mas intenso y los soldados corrían a buscar refugio. El cabo Suárez no se movía. El piloto le dio orden de descender del avión, Suárez reaccionó y corrió detrás de los otros valientes. El avión dio la vuelta y comenzó a carretear. Sólo entonces el Cabo se acordó de las cajas. No las había descargado. Se dio vuelta para gritarle al capitán, para decirle que faltaba eso, pero las ruedas del avión ya estaban separándose del suelo. Un compañero lo empujó al piso antes de que una bala lo alcanzara. Estás loco, che! Cubrite!, le gritó mientras lo arrastraba hasta la trinchera. El cabo no podía apartar la vista del Hércules que ya remontaba vuelo. En realidad todos estaban mirando al avión alejarse, símbolo de que todavía esa guerra no estaba perdida. De repente sobre el mar, hubo un estruendo y el Hércules convertido en un globo incandescente se desplomo entre las olas. Suárez, con los ojos húmedos miró a sus compañeros agazapados en la trinchera. Ellos también estaban a punto de llorar. La batería antiaérea del buque inglés había derribado sus últimas esperanzas de victoria y supervivencia.
Por fin ahora si, Georgi volvia a la escuela. Otra vez iba a caminar por la orilla del mar y juntar tesoros. Otra vez podía respirar el aire húmedo con olor a sal y disfrutar el sonido de las olas sin que nada lo interrumpiera. Corrió sobre la arena encantado como si la estuviera viendo por primera vez, saltando cada roca que asomaba. Todo estaba en calma. Como antes. Como siempre. Se concentró en la orilla donde el mar acaricia la costa, buscando alguna cosa que le llamase la atención. De pronto, abrió los ojos, grandes, verdes y sorprendido, aceleró el paso. Flotando a un par de metros de la arena había una caja de cartón, abollada y mojada. Se acercó caminando en el agua sin sentir el frío intenso del mar metiéndose en sus botas. Agarró la caja, la llevó a tierra firme y se sentó en una piedra. Con las manos temblorosas la abrió lentamente. Adentro había una bolsa cerrada. La rompió curioso, con ganas y en el interior, encontró una bufanda de lana. Al desplegarla, cayó al suelo un sobre con unas palabras escritas. Querido Soldado... Georgi no entendía nada pero estaba maravillado. Extendió la bufanda, se la puso, agarró la carta y se la guardó en el bolsillo para llevarla a la escuela. Se fue saltando muy contento, silbando una canción. A su paso las franjas del echarpe flameaban con el viento helado. Celeste, blanco, celeste.... Arriba el sol, alto en el cielo, redondo, lo iluminaba con sus rayos..

10 de agosto de 2007

Me lo contó mi mamá

Había una vez una nena. Una nena, flaquita, flaquita y preciosa. Esta nena, tenia una mamá que la quería mucho mucho, y se preocupaba siempre por ella. La mamá la cuidaba y la aconsejaba y la nena casi siempre hacia caso en todo. Así madre e hija vivían felices sin preocupaciones. Un día, la mamá estaba peinando a la nena, y contándole como acostumbraba una historia para entretenerla. En eso, se dio cuenta que una manchita de tierra se veía en una de las pequeñas orejitas de su hija. Tenés que lavarte las orejas querida mía. La nena la miró con sorpresa, y rotundamente le contestó. No, no voy a lavarme nada. La mamá muy preocupada, puso cara de circunstancia y sentenció: A las nenas que no se lavan las orejas les crece una planta de papa en la cabeza. La pequeña sonrió, le pareció divertido. Una planta de papas, que loco, dijo, y siguió jugando con una muñequita flaca y chiquita como ella. Un día, mientras la vestía, la mamá notó que de una de las orejitas de la nena, asomaba un palito, con una hojita diminuta en la punta. Ya está, te dije, te esta creciendo la planta. La nena se tocó la oreja fascinada, y se imaginó comiendo puré y papas fritas toda la vida, no estaba nada mal. La mamá se hacia mala sangre y le rogaba que se lavara las orejas, pero no había caso, la nena no quería. De a poco, como decía la profecía, la planta de papas comenzó a crecer más y más. A la nena le salían ramas por la cabeza, primero chiquitas, luego mas grandes. La diversión se terminaba. La planta era tan pesada, que la nena no podía caminar. Tampoco podía ponerse la remera a rayitas que tanto le gustaba, porque no le pasaba por la cabeza. Las hojas de la planta no la dejaban ver. La nena lloraba y se arrepentía de no haberse querido lavar las orejas cuando su mamá le dijo. La mamá la miraba con tristeza sabiendo que ya no había nada que ella pudiera hacer. Ay, si la hubiera escuchado… Solo les quedaba esperar, a que las raíces de la planta se convirtieran en papas y que a la nena le explotara la cabeza. Si se hubiera lavado las orejas…

No terminaba así, era un poco mas optimista, pero así se escuchaba y en mi cabeza, era espectacular, yo me imaginaba todo, todo, y disfrutaba cada palabra de los cuentos que mi mamá con lujo de detalles me contaba. Hasta me daban ganas de no lavarme las orejas… El de la nena que no se quería cortar las uñas, se los dejo para que lo imaginen… En ese, hasta había sangre.

7 de agosto de 2007

Apolo XI

Quien haya leído como yo, tanto, tanto, y haya visto, cuanta película clase B exista de ciencia ficción, entenderá un poco mi locura. Desde que mi abuela me regalo “De la tierra a la luna”, pasando por el día en que mamá me puso en el arbolito “Crónicas marcianas”, o esa noche en que con la familia completa fuí a ver “ET” al cine, mi fascinación por las estrellas crece y crece… He hecho varios esfuerzos por recordar cual de todas las experiencias de mi infancia, influyeron en esta pasión medio enfermiza (comparada solo creo, con mi amor por Boca Juniors) y la verdad que la lista es interminable. Pero, como me pasa a menudo, revolviendo en la boardilla de mis recuerdos, me teletransporté una vez más a la casa de la nonna. Y allí, encontré la clave de todo.

15 de Agosto, 1981
Acostada sobre las cerámicas frías, mirando el techo del living, cerró los ojos.

16 de Julio, 1969
Siendo las 10:32 de la mañana, de un soleado día de verano, en Cabo Cañaveral, el Saturno V despega de la tierra dejando una estela de Humo a su paso. 9 minutos después del lanzamiento, luego de desprenderse cada una de las fases del cohete, los astronautas que lo ocupan, sienten apagarse los motores y se dan cuenta de la falta de gravedad. El Apolo XI está en orbita. El mundo esta preparándose para ver por TV la experiencia mas emocionante en la historia de los viajes que el hombre puede haber realizado hasta la fecha. La luna se esta preparando para recibir a los huéspedes que hace tanto tiempo espera.Los astronautas están ansiosos por completar su tarea. Todavía deberán permanecer en el cohete unas 3 horas antes de comenzar el viaje hacia la luna. Son normas de rutina. Bromean entre ellos, están nerviosos, pero ven cada vez mas cerca su sueño hecho realidad. 4 días les tomará realizar todos los procesos para alunizar.

15 de Agosto, 1981
El cielo raso, antes blanco comienza a desaparecer. Un infinito de estrellas se asoma más allá de su vista. La luna Brilla, esplendida en el cielo.

20 de Julio 1969
En Houston son las 15:17, los hombres en el centro de control mantienen la respiración esperando que Neil Armstrong se comunique, las palabras llegan con algunos segundos de retrazo.

- Houston…aquí base tranquilidad, el Águila ha alunizado…

15 de Agosto, 1981
Ufff… la luna… ahí están… pisando por primera vez, con esas botas enormes, la superficie polvorienta y gris de nuestro satélite. La luna, que tanto ha inspirado a poetas, a pintores, a cineastas, a locos… La luna, el lugar donde nunca podremos viajar, o quizás si… Ese lugar que un día había soñado, estaba lleno de cavernas, invisibles desde el espacio, que de seguro iban a ser descubiertas, ese espacio oculto, en el que se iban grabando nombres, nombres de aquellos fascinados con la luna, que se escribían como por magia, sobre la superficie y que no se borraban con nada: Copérnico, Newton, Miguel Angel, Meliés, Verne, Bradbury, y ahora Armstrong y Aldrin, Algún día, su nombre también se dibujaría, para quedar grabado para siempre…
Desde el piso del living, la luna parece sonreír, como si los pies de los astronautas la acariciaran.

20 de Julio, 1969
- “Un pequeño paso para un hombre, un salto gigantesco para la Humanidad”
- “Quizás para Neil fuera un pequeño paso, pero para mí ha sido un bonito salto.”
Mientras en Houston ríen, Buzz Aldrin contempla a su alrededor y continúa hablando:
- “Bonito…bonito... Una magnífica desolación”

Las extensas llanuras de la luna, con sus enormes cráteres, que algún día estarán poblados, y que algún día se transformarán con atmósferas artificiales. Capáz en el año 2000… guau… en el año 2000.

La transmisión de TV, seguía y seguía, la gente se amontonaba en las vidrieras a mirar, en las casas nadie respiraba. El mundo estaba mirando. Otra vez la TV, maravillosa, enorme, perfecta. El blanco y negro solo se encargaba de reforzar el efecto del espacio. El presidente Nixon no pierde oportunidad para dar su mensaje pacifista, completamente inútil. Pero causa el efecto deseado y Armstrong dice algo que queda grabado para siempre.
- “Para nosotros es un honor y un privilegio estar aquí. Representamos no solo a los Estados Unidos, sino también a los hombres de paz de todos los países. Es una visión de futuro. Es un honor para nosotros participar en esta misión hoy”.

Alguien se acordó de los que están lejos, al otro lado del mundo, de los que lo miran por la tele, de los que saben que la luna está mucho, mucho mas lejos desde acá. Con los ojos abiertos, mirando el infinito, recorre el espacio lentamente, imaginando que camina entre las estrellas, ella tambien.

Los astronautas terminan de recoger muestras, realizan todas sus investigaciones, se despiden de Houston y Regresan al Modulo Lunar, para reunirse con el Apolo XI y regresar a la tierra. La misión ha sido un Éxito.
En la luna, quedaron entre otras cosas, un disco con los mensajes y saludos de todas las naciones del mundo, y una placa, colocada sobre la fase de aterrizaje del modulo lunar que dice:
“Aquí, unos hombres procedentes del planeta Tierra, pisaron por primera vez la Luna en Julio de 1969 D.C. Vinimos en son de paz en nombre de toda la humanidad.”
El Apolo XI emprende su regreso al planeta.

El disco de vinilo sigue girando mientras la púa choca sobre el final de la base. Del tocadiscos sale un ruido a estática que casi ni se siente. Poco a poco el techo y el cielo raso vuelven a aparecer. Gira la cabeza lentamente y mira el círculo negro con cariño. Lo encontró hace tiempo en la pilita de otros discos de 45 revoluciones, entre un montón de música italiana, ahí en el mueblecito del living un día que estaba buscando unas fichas para jugar con el nonno a las cartas. Venía en una tapa que es como un librito, que tiene la trascripción de todo lo que se oye y la traducción al español. Escucharlo es soñar despierta. Es remontarse tiempo atrás, como haberlo vivido y a la vez es saber que hay más tiempo por delante. Es mágico, como la luna. Ya no se siente el frío del piso en la espalda, el disco es corto, son solo 6 minutos en total, lo que duró la transmisión, pero la sensación es eterna y el estar acostada ahí panza arriba, mirando el techo que desaparece para convertirse en las estrellas es inexplicable. La nonna parece que lo entiende, porque cuando se acerca preocupada, sonríe dulcemente y se va despacito y de puntitas para no dejarla regresar a la tierra todavía. Las llanuras de la luna son enormes, hermosas, solitarias y al final de la lista de nombres esta el de ella, agregado desprolijo a último momento.

Natalia Bonavia (Derechos reservados)

31 de julio de 2007

Catamarca, the saddest place on earth

Todo era marrón, si.. marrón… Bueno, no todo… La quebrada donde íbamos a pasar los fines de semana no, la cuesta del Portezuelo tampoco, pero la ciudad era marrón. Hasta el uniforme del colegio era de ese color. Café dirían los centroamericanos… Un color horrible. No? En Catamarca no pasaba nada. No había nada. Ni siquiera tenían canchas de tennis de polvo de ladrillo, había que jugar en cemento, gris cemento a tono con el color de la ciudad…!Cómo extrañábamos lo que habíamos dejado atrás!. Por suerte la familia, como siempre, creaba su propio microclima y en casa todo era maravilloso. Hasta teníamos mesa de ping pong improvisada en el cuarto del fondo. No alcanzaba a reemplazar la plaza de la vuelta de la esquina o el paraíso grandote donde hacíamos la casa en el árbol pero por lo menos nos entretenía. La verdad, vivir en Catamarca era nefasto. Todo era diferente y nada era mejor. Por ejemplo, un día, estábamos mi hermana y yo recién llegadas del colegio, quejándonos para variar, cuando mamá nos mandó a jugar a la vereda para que nos “dejáramos de romper” como siempre nos decía. Fer agarró su pelota de básquet, uno de sus más preciados tesoros, y salimos. Se hacia difícil jugar al básquet en Catamarca. Se preguntarán por qué. Simple, no había vereda. Si créanlo, nuestra casa era la única en la cuadra que tenia un angostito caminito de cemento, todo lo demás era ripio y tierra hasta la calle. Nos las arreglábamos de todas formas para hacer unos pases, despacio, con un rebote de borde a borde del pavimento y así pasar el rato hasta que baje el sol y má nos llame para tomar la leche. En la casita de enfrente unos ojos oscuros nos miraban desde la ventana. No habíamos hablado nunca con los vecinos que se escondían cuando salíamos, me imagino que nosotras para ellos éramos unos bichos raros. En un descuido, la pelota se fue abajo del Citroen de mamá, un 3CV viejito que nos llevaba y traía de un lado a otro. No la pudimos sacar, intentamos, intentamos y nada. Corrimos en busca de ayuda, mami, mucha bola no nos dio y como último recurso le pedimos a Esperanza, la Señora grandota que hacía la limpieza, que con su sonrisa despareja nos acompañó a la puerta, escoba en mano, para sacar la pelota de abajo del auto. Nos agachamos para alcanzarla y para nuestra sorpresa la pelota grandota, naranja, que se llamaba igual que la pelota de Tom Hanks, Willson, ¡No estaba! Había desaparecido. Entramos cabizbajas, tristes, enojadas. No podíamos hacer nada. Espiando ahora nosotras por la ventana vimos a los vecinos de ojos oscuros jugando con la pelota en la tierra de la entrada de sus casas. Mamá dijo que paciencia, que no se nos ocurriera armar drama, que no quería problemas con los vecinos. Nosotras ya nos estábamos pintando la cara de negro y preparando la revancha. Pero mami fue muy clara: pobres chicos, dijo. Y nos quedamos ahí, Fer y yo, en pie de guerra sin hacer nada. Definitivamente, Catamarca no era nuestro lugar. Algo tenía que cambiar. Algo iba a cambiar. Una tarde, como siempre, como todas, llegamos del colegio. Era jueves me acuerdo, como olvidarme. Y también como siempre, nos refugiamos frente a la tele, con la leche con Nesquick y las galletitas Lincoln en un platito. La televisión escupía propagandas y anunciaba estrenos. De repente nos llamó la atención una noticia terrible. Unas enormes naves estaban aproximándose a la tierra. Gigantescos discos espaciales se acercaban rápidamente y se posaban sobre las principales y más grandes ciudades del planeta. Obviamente en Catamarca no. La gente asustada, reaccionaba de diferentes formas. Algunos huían despavoridos, otros organizaban recepciones fantásticas. Los gobiernos se reunían y los ejércitos se preparaban. El resto de las personas, nosotras incluidas, lo mirábamos por televisión preguntándonos que pasaría. Yo por esa época ya había leído “Crónicas marcianas” y había visto por TV la primera versión de “La guerra de los mundos”, por lo que la noticia me generaba sentimientos encontrados. Un poco de miedito y mucha curiosidad. ¿Quiénes eran? ¿De dónde venían? ¿Cómo eran?. Nuestra vida en Catamarca cambió para siempre. Ya no importaba la escuela, ni los vecinos de enfrente, ni no tener pelota de básquet, ni los alacranes, solo importaba volver a casa rapidito, prender la tele y descubrir que iba a pasar en el planeta. Los extraterrestres eran como nosotros. Un alivio que no duraría mucho. Aparentemente venían en son de paz. Por suerte estaban lejos, no llegaban a nuestra ciudad. Todos desconfiábamos, pero no podíamos hacer nada. Solo limitarnos a seguir los acontecimientos por televisión y cruzar los dedos. Ahora ya no importaba vivir en Catamarca, esa maravillosa caja boba nos arrancaba de la rutina y nos transportaba a otras ciudades, ciudades interesantes, de colores, donde la humanidad estaba amenazada por una raza de seres que resultaron ser reptiles malvados, que solo querían dominarnos y que no se iban a marchar tan fácilmente. Nosotras desde la ciudad marrón, estábamos al tanto de todo y preparadas por si alguna navecita se acercaba y nos descubría. La resistencia nos había reclutado sin querer y nos contaba entre sus filas mientras que nos daba un motivo para seguir adelante, para ir al colegio, sospechando que las compañeras, o tal vez alguna de las monjas, eran aliens infiltrados disfrazados de personas que comían ratones cuando no las veíamos. Si, definitivamente, la grandota del fondo que todo el tiempo me molestaba y que me empujaba a la salida, era un lagarto disfrazado. Claro que no me atreví nunca a delatarla, no era el momento, todavía no habíamos contactado a nadie más del grupo rebelde. La lucha había comenzado en todo el mundo y nosotras pondríamos, llegado el momento nuestro granito de arena. Seguro, los vecinos no se iban a poner de nuestro lado, ellos fácilmente se iban a dejar dominar por los lagartos, capaz hasta le regalaban la pelota a ellos. No había aliados, nosotras, en casa, juntas, planeábamos la revancha e imaginábamos mil formas de escapar, hasta que llegaba la hora de prender la tele y seguir mirando fascinadas la perdición del mundo, y la salvación de dos hermanas arrastradas a una ciudad sin sol, que habían encontrado una forma de alejarse de la realidad, gracias a la idea reciclada de un estudio de hollywood, importada a la argentina y transmitida por canal 10. Por eso, desde entonces, cuando me dicen que mirar mucha tele hace mal, me acuerdo de mis días en San Fernando del Valle de Catamarca, me río, me preparo una lechita y cambio de canal.

Natalia Bonavia (Derechos reservados)

11 de julio de 2007

Misión Azul

En la pantalla de comunicaciones apareció de repente un planeta color azul.- Interesante. Creo que debemos bajar a explorar.- Estoy de acuerdo capitán. Prepararé el equipo.- Excelente Doctora… Vamos Spock. Tu también nos acompañarás.El capitán, rubio, alto, maravilloso. Se levantó de su silla y se dirigió hacia el transportador. La doctora lo siguió obediente. Llevaba colgando su trascoder, el láser y un lector de radiación. El capitán la miro complacido. Algo pasaba entre ellos que el deber y los rangos no permitían.
- Vamos Spock, te estamos esperando.
- Yo no quiero ser Spock.
- Tenés que ser Spock.- Mirá si no sos Spock, entonces sos Scotty, pero te quedás en la nave. Porque él siempre se queda.
Era la oportunidad perfecta para estar un poco solos, y deshacerse del pequeño, rubio, bajito, inoportuno.- No, yo quiero ir.- Entonces sos un rojo… y si te matan, te matan… después no vengas a decir que te aburrís. Elegí, Spock, Scotty, o un rojo.
- mmm mejor soy Spock.
- Por fin… bueno vamos Capitán, que estamos perdiendo el tiempo y tenemos que ver si hay vida en ese planeta azul.
- Si adelante. Energía…- Pero… no me gusta Spock…
- Por qué no? Juanpa, está re bueno ser Spock, sabés todo… no Guille?
- Mmm, si… - El capitán estaba un poco desilusionado de que Scotty no se quede en la nave… no le gustaba llevar a Spock. Si hubiera sido un rojo, en cuanto pisasen el planeta, se hacia pasar por alien y le disparaba. Lo mandaba herido a la nave y le ordenaba comunicarse desde ahí. Iba a tener que pensar una buena salida para deshacerse del orejón ese, maldito Vulcano.
- Pero es aburrido Spock… ustedes son siempre los que se pelean con los malos…El capitán perdió la paciencia. Frunció el ceño y su figura se alzo amenazante sobre su subalterno.
- Bueno, cortala. Jugás o no Jugás?
El poder de la experiencia y los seis años más tuvieron éxito en ese momento.- Si, ufa, si... soy Spock.
- Listo capitán, podemos seguir? Me aburro…
- Ok, Doc, Vamos…
Se materializaron rapidito en la superficie del planeta. Para su sorpresa era una construcción muy parecida a las de la tierra. Se sintieron como en casa. El piso de baldosas y la terraza parecían ser una edificación típica de la zona. Adelante, divisaron una escalera larguísima, que bajaba, se acercaron y vieron lejos, muy lejos, abajo, un bosque y donde este parecía terminar, una luz extraña. Con mucho sigilo comenzaron a bajar la escalera.
- McCoy, quédate aquí, Spock, acompáñame, vamos a investigar.Se marcharon los dos. El alto y el pequeño. Ella los vio alejarse y suspiró. Le encantaban estas aventuras de los viernes. Cuando Irma la pasaba a buscar por la escuela y la llevaba a su casa a jugar con los chicos. Que suerte que mamá la dejaba.El capitán estaba de regreso.
- Que pasó? Y Spock?- Se quedó tomando muestras del suelo, no hay nada en este planeta, estamos perdiendo el tiempo, volvamos a la nave.De repente un láser silbó sobre sus cabezas. Estaban siendo atacados. Se refugiaron detrás de unas rocas y respondieron al fuego enemigo.
- piu… piu….- shiuuuu, shiuuuu….- nos rodean…- no podemos ganar… debemos rendirnos…Ambos levantan las manos y se ponen de pié por detrás de las piedras. Estaban rodeados, como había dicho el capitán. Los aliens habían ganado. Su única esperanza era que Spock venga al rescate. De repente de entre los hombrecitos azules, una figura pequeña, rubia, se adelanta. El capitán se sorprende:- Spock!- nop… no me gusta ser Spock… soy Darth Vader…
- no podés ser Lord Vader, salame, eso es de otra película… tengo cara de princesa Leia yo?
- Pero me dijiste que podía ser el malo…- Si, Spock que se vuelve malo por la influencia de una extraña planta con la que tiene contacto explorando el suelo.
- Pero no me gusta ser Spock! quiero tener otro nombre!!!
- Huy Juan, no se puede con vos… ok, sos Mudd…
-Nooo, ese no me gusta, es gordo.
El capitán y la doctora aún con las manos levantadas estaban perdiendo la paciencia.- Bueno, sos Spock o no? Nos vas tomar prisioneros, o nos vamos a jugar al Attari la Nati y yo, y te quedás afuera.- Bueno, Bueno, soy Spock.- Un plomo tu hermanito…- Si, que querés, es un enano…Por fin, ya prisioneros, con las manos atadas, espalda contra espalda, Spock los abandona a la merced de las bestias hambrientas del planeta y se va al Enterprise para tomar por sorpresa a sus ocupantes.- Tranquila Doc, saldremos de esta.
- Si capitán, lo se…El capitán, valiente como siempre, se esfuerza por librarse de sus ataduras, entre los dos lo logran. No tienen armas y Spock se llevó lo comunicadores. No les queda más remedio que esperar a ser rescatados. Se sientan en un banco de piedra que no habían visto antes, a esperar.
No hay caso, el rescate no viene. El capitán propone subir la escalera. Es tarde. La Doctora está de acuerdo. Descubren una pequeña nave en una esquina de la explanada. Toman por sorpresa a los alienígenas azules que están resguardándola y vuelan hasta el Enterprise. Spock no está, ha desaparecido. Solos, capitán y doctora, deciden que ha sido mucho para un solo día, que están cansados y que ya es hora de tomarse un respiro. Se miran durante un segundo, con cariño, con ganas. Guille consulta su reloj.. Huy!!! En 10 minutos empieza Viaje a las Estrellas. Juanpa ya está sentado frente al televisor. Casi se lo pierden. Él la toma de la mano y la empuja hasta el estar, ella se deja llevar, se sientan a mirar tele. Los tres chicos abren grandes los ojos y cantan a coro… “ chaaaa… cha… cha.. cha, cha… cha… chaaaan… estos son los viajes…” La Nati suspira despacito, seguro hoy, el Capitan Kirk le da un beso a la doctora…

Para Guille y Juan Paulo Zamora, long time no see.

Natalia Bonavia (Derechos reservados)

5 de julio de 2007

La sirena mágica


Todos los días, en Florida, a las 12, sonaba la sirena y entonces la nonna temblaba un poquito como si un recuerdo le hubiera pellizcado el brazo. Porque hace mucho, cuando papá todavía no había nacido, en Torino, la sirena te ponía la piel de gallina. Era como el trueno que por un lado augura la terrible tormenta, pero que te avisa con tiempo para que no te mojes. Cuando sonaba, la gente tenía que correr, bajar las escaleras y meterse en el refugio. El refugio era un lugar frío y húmedo, que se estremecía con cada bomba que estallaba a lo lejos. Los aviones atravesaban el cielo, dejando caer como al descuido los atroces artefactos que hacían que mi abuela se estremezca y se asuste. Entonces, la nonna, trataba de pensar en cualquier cosa. Lo que más le ayudaba era tararear bajito las canciones que le gustaban. Esas que había escuchado de chica, las que la hacían emocionar cuando espiaba de la mano de su mamá a las parejas de baile en el Valetino. Todas esas canciones, que después me enseñó y que me cantaba con vos finita en esas tardes nubladas mientras untaba pancitos con manteca y dulce de leche. “Ciao, ciao ciao, morettina bella ciao…” Cada tanto, una bomba cercana, hacia temblar las paredes del refugio y perdía el compás o se olvidaba la letra de alguna… “non ti potro scordare, piamontesina bella”… Por suerte eran ratos nada más, después de tres o cuatro canciones los aviones se cansaban de escupir bombas y abandonaban el lugar. Los refugiados podían entonces salir y volver a sus casas. La nonna no siempre se animaba enseguida. Igual que a todos, la invadía una pena enorme, la pena de no saber que iba a encontrar o mejor dicho que no, iba a encontrar. Nunca estaba segura, hasta que volvía a sentir el sol sobre su rostro. Por suerte la casa alta de paredes grises parecía estar preparada para todo, y se alzaba intacta, apenas rasguñada por la metralla y así, siempre, había un lugar a donde volver. La sirena, 30 años después en Argentina, era distinta. La sirena era mágica. Era solo para mí. La sirena de Gareff, la enorme fabrica impenetrable, que todos los días a las doce en punto me hacía saltar de alegría. Saltar y correr… correr y saltar.. Cuando sonaba había que salir lo más rápido posible, de la mano de alguien a la puerta; y volar como los aviones de la segunda guerra lo más lejos que se pudiera… Dale nonna, dale! Que suena la sirena!!! Y en la esquina, muy cerquita del cordón pero sin pisar la calle me estiraba lo más que podía para ver, tratando de anticipar a lo lejos la figura del nonno. El nonno que con su uniforme Pampero color beige, venía pedaleando con calma en su bicicleta negra. Una cuadra antes lo veía acercarse y lo saludaba con la mano. Y él, calmado y feliz, llegaba a la esquina justo al lado del cordón y yo, sin pisar la calle, me lanzaba a sus brazos para que me suba a la bici y me lleve sentada en el manubrio. Ahora si, por la calle, con el viento sobre la cara y la mano firme del nonno sosteniéndome. Ibamos hasta la casa de la nonna, donde seguramente nos esperaba un enorme plato de sopa de capelettis que había que comer rapidito porque el nonno a la una tenia que volver a trabajar.


Natalia Bonavia (Derechos reservados)

26 de junio de 2007

Barriletes y garrapiñadas

Miramar, verano, viento y arena… Varias cosas, los panqueques de Popeye, los fichines de Pibelandia, el pochocho dulce del carrito con el payasito, las garrapiñadas en el bolsillo, las escapadas a la siesta para dar vueltas en bici alrededor de la manzana, y las pistas de autitos de plástico hechas con arena en la playa.Lo mejor… los barriletes de polietileno con varillita de plástico que mi abuela vendía en el kiosco. Se los traía el viajante de cigarrillos. No me pregunten que tenia que ver el viajante de cigarrillos con los barriletes, pero siempre que el señor pelado venia en su camioncito cerrado, mi abuela tenia 2 o 3 barriletes en el kiosco, guardados, ahí, debajo de todo…Y lo mas loco era que no estaban a la venta; eran para la NIETA!!!. La nieta que era una fanática de todo lo que había en el maravilloso mundo del kiosco de la abuela. Kiosco el Grillo se llamaba, dicen que por la Zamba. No me acuerdo bien como era la zamba, pero sonaba linda cuando mi abuela la tarareaba.En fin… los primeros 2 barriletes siempre quedaban enganchados en el cable de la luz de la vereda mano, de la calle 27 esquina 36. Sip. Parece que cuando una es chica, piensa que va a poder controlar el viento y que le va a ser fácil mantener el barrilete volando entre las 2 filas de cables de vereda a vereda. Por más que mi abuela se esforzaba en darme el ovillo de hilo choricero mas corto que encontraba, yo me las arreglaba para colgar el barrilete de alguno de los postes de luz. Era un barrilete por día. O sea. Una visita del viajante al mes. 3 barriletes. 3 días de remontadas. Había veces que me obligaba a esperar para no malgastar barriletes, o en los que solo corría soltando unos pocos metros de piolín para practicar la maniobra pero sin dejarlo elevarse, para que me dure un poco mas… Cuando solo quedaba uno, el de BATMAN, entraba el abuelo en la historia. Si; el maravilloso abuelo con su chevy enorme que nos llevaba a todos lados. Sabio, mi abuelo, esperaba a que cambie el viento. Viento del SUR, el que nadie quiere, que trae lluvia y frío. ¡En los días de Viento SUR se remontan barriletes! Eso no se olvida más. Entonces Marroco nos llevaba a la playa. A la costanera, donde hay pastito. Nos llevaba, porque íbamos mi hermana y yo. Mi hermana que era una especie de Robin que ayudaba a remontar el barrilete de Batman (espero que se entienda la alegoría). Si, porque yo, experta en barriletes cuando soplaba el viento del sur, necesitaba ayudante. Marroco, entraba a la casilla del balneario Tiburón, y se tomaba unos mates con el bañero de turno, que por la sudestada ese dia no tenia mucho trabajo. Fer y yo abrigadas con nuestras camperitas inflables (iguales pero de distinto color, rosa ella, celeste yo) nos preparábamos para la remontada. A todo esto me falta decir que yo había para entonces desestockeado a mi abuela de hilo choricero. Of Course!! Mi ovillo (prolijamente enrollado en un palito) era de un tamaño descomunal, metros y metros de hilo... perfecto, todo estaba listo. Fer a unos 30 metros de distancia, contra el viento, sosteniendo lo mas alto que podía, y con cara de susto, el barrilete. Yo, presta a la remontada. En estos casos no se corría. Era coordinación perfecta entre hermanas y viento. Al Grito de “DAAAAllllleeeeeeee, LAAARRRGAAALOOOOO” fer soltaba el barrilete, y yo, ágil, audaz, daba ese maravilloso tirón con toda mi fuerza. Y entonces, Batman, cobraba vida, y empezaba a volar con su capa desplegada… y el rollo de piolín se iba desenrollando, y la Sudestada se llevaba el barrilete, alto alto alto… y se veía un punto moverse, uau, me acuerdo y tengo la misma sensación… era precioso… fer y yo, paradas en el pasto verde de la costanera, de un lado edificios, de otro el mar, el cielo gris gris parejo, un hilo largo largo en la punta un barrilete con una cola de nylon reforzada con unos trapos anudados, y un palito de madera en mi mano, que ya casi no necesitaba mover. El barrilete nos hipnotizaba y ahí las dos.. mirando para arriba, esperábamos que Abue se cansara de tomar mate con los otros bañeros y nos viniera a buscar para irnos a casa, a guardar el barrilete hasta la próxima sudestada.

Natalia Bonavia (Derechos reservados)